Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura

Inclusión Juventud rural Mujeres Productividad

Maritza Solano Arce, una emprendedora que demostró que se pueden producir quesos gourmet de alta calidad en los campos de Costa Rica, es reconocida por el IICA como Líder de la Ruralidad de las Américas

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Maritza Solano Arce, una emprendedora que demostró que se pueden producir quesos gourmet de alta calidad en los campos de Costa Rica, es reconocida por el IICA como Líder de la Ruralidad de las Américas

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La costarricense Maritza Solano retomó la producción del clásico queso Turrialba, un tipo de producción quesera que desde el 2012 cuenta con la denominación de origen.

San José, Costa Rica, 11 de Julio de 2025 (IICA) – Maritza Solano Arce es una emprendedora costarricense que logró combinar sus aspiraciones profesionales con un proyecto que demuestra que es posible fabricar productos gourmet de alta calidad en los campos de los países del continente, favoreciendo a las comunidades locales y marcando un camino para los productores jóvenes. Por ello, fue distinguida como una de las Líderes de la Ruralidad de las Américas por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA).

Solano Arce recibirá en reconocimiento el premio «Alma de la Ruralidad», que es parte de una iniciativa del organismo especializado en desarrollo agropecuario y rural para dar visibilidad a hombres y mujeres que dejan huella y hacen la diferencia en el campo del continente americano, fundamental para la seguridad alimentaria y nutricional y la sostenibilidad ambiental del planeta.

Los eventos de la vida llevaron a la costarricense Maritza Solano Arce a vivir en Suiza, donde entendió cuál era el camino que debía tomar para hacer realidad su sueño de convertirse en empresaria. Ella es hija de un productor lechero, fabricante de quesos Turrialba, unos de los más populares del país, originarios de la provincia de Cartago. 

Como ocurre en incontables fincas de todo el continente, el recorrido de la joven Maritza la llevaba lejos del campo y del legado de sus padres, a estudiar mercadotecnia y administración de empresas en la ciudad. Luego, en 2004, se presentó la oportunidad de marchar a Suiza junto a su esposo, contratado por Naciones Unidas. 

“Realmente iba de mamá y de compañera, con un niño de cuatro años y una bebé de tres meses, sin saber qué me iba a deparar esa estadía de seis años en Europa”, cuenta Solano Arce. Muy pronto, en Suiza, ocurrió el clic que combinó sus aspiraciones empresariales y la herencia que le dejó su padre lechero, y tenía forma de quesos de alta calidad. 

En el país europeo, asegura Maritza, «empezó la inquietud, una historia de aprendizaje que sigue hasta ahora». 
Cuando ya estaba claro hacia dónde tenía que apuntar, la costarricense armonizó sus ocupaciones como madre y esposa con un plan de aprendizaje del idioma francés y de los secretos de la fabricación de quesos en aquella zona de Europa. «Preguntaba y entendía», rememora. 

Aprovechando la existencia de escuelas de ganadería que existen en Suiza y Francia, Solano Arce comenzó a entrenarse para apreciar las más de 350 variedades de queso que tienen en esas naciones. El siguiente paso fue decidir cuáles serían los que produciría al regresar a su país. 

«Tuve en cuenta el paladar del costarricense y el primero que aprendí a desarrollar fue un queso raclette», un semicurado de origen suizo proveniente del cantón del Valais que se usa para derretir. Cada vez que Maritza elegía un queso posible para su país, buscaba las regiones correspondientes y sus escuelas, preguntaba en fábricas y queserías y estrechaba contactos con empresarios y conocedores del sector. 

Mientras se encontraba en Europa, el padre de Solano Arce le comunicó sus intenciones de vender la finca, ubicada en el distrito de Santa Cruz de Turrialba. “Pero le dije ‘no la venda, yo me voy a encargar’”, cuenta la emprendedora. Poco después, en el 2010, el papá de Maritza falleció y, en 2011, ya de regreso en Costa Rica, ella se puso al frente de la propiedad. Con la ayuda de un maestro quesero que viajó desde Francia para ayudarla, lanzó su propia compañía. 

El lugar de nacimiento de Le Chaudron y Del Guayabal, las dos marcas comerciales de su empresa, no podía ser más adecuado. Las tierras en los alrededores del volcán Turrialba son conocidas por su suelo rico en minerales y especialmente bueno para la cría de ganado, en particular vacas lecheras. Santa Cruz de Turrialba, describe la costarricense, es “una zona pequeña donde se produce el 5 por ciento de toda la leche” del país. 

Los comienzos de la empresa fueron modestos. Junto a Pierre, el experto que había llegado desde Francia, manejaban unos cien litros de leche para preparar los quesos. “Hoy -actualiza orgullosa-, somos veinte personas y procesamos 15.000 litros de leche” semanales. 

“Mi papá ya no trabajaba en la finca”, cuenta Maritza, y hubo que relanzarla. “Retomé todo, remodelamos un granero para volver a producir queso, pusimos la propiedad de nuevo operativa, compramos las vacas”. En esa etapa se hacía el queso de manera artesanal, “en un cuadrito pequeñito que tenía dentro de la lechería, como lo hace la mayoría de los pequeños productores acá en las zonas rurales”, relata. 

El avance tomó unos años pero se hizo realidad. Se concretó el proceso para lograr la inocuidad microbiológica, se adaptó la infraestructura, se dejaron de lado las vacas propias y se tejió una red de proveedores en la zona. Fue una transformación total, asegura Solano, adecuada para pasar la auditoría del principal supermercado del país y llegar a sus estanterías. 

Más adelante, la empresa de Maritza retomó la producción del clásico queso Turrialba, un tipo de producción quesera que desde el 2012 cuenta con la denominación de origen que certifica su procedencia tradicional (según la Universidad de Costa Rica, es el único de América Central con esa ventaja). Lo fabrican, con mucho éxito, a través de la marca Del Guayabal. Pero el corazón de esta emprendedora costarricense está puesto en la otra marca de su compañía, Le Chaudron (el caldero, en francés), que fabrica los quesos de los que se enamoró en Suiza y en Francia.  

“Empezamos con el raclette y hoy tenemos 25 variedades diferentes, de todas las familias de los europeos excepto los azules, por ahora”, avisa Solano Arce. En la finca de Santa Cruz fabrican quesos de pasta dura tipo gruyère (de seis meses de maduración y en ocasiones un año), otros de corteza blanca, como camembert y brie, tipo tomme, cremosos gourmet de cinco sabores diferentes, “y vamos a iniciar con un queso suizo muy famoso que se llama Tête de Moine o Cabeza de monje”.

Maritza produce 25 variedades de queso diferentes, entre ellos el raclette, quesos de pasta dura tipo gruyère, de corteza blanca, como camembert y brie, tipo tomme, y cremosos gourmet de cinco sabores diferentes.

Quesos gourmet y un mejor Turrialba

Solano Arce explica que una parte importante de la filosofía de su empresa es mantener una relación muy buena con los proveedores de leche, que tiene que cumplir altos estándares de calidad. Se trata, señala, de “un concepto que nos dio origen: que la empresa se proyecte a la comunidad y genere un orgullo local por hacer quesos de estilo europeo”. Para eso, remarcó, es fundamental trabajar con los proveedores, que son cinco productores de leche de vaca y uno de cabra, como socios comerciales. 

Esa conexión con los productores locales es, además, parte de la mentalidad que Maritza dice haber adoptado durante sus años en Suiza. En Europa, añade, “tuve la oportunidad de conocer y aprender”, y de entender que en el viejo continente los quesos representan mucho más que un subproducto de leche. “Son un legado”, asegura, «parte de la historia de la gente que forma los pueblos” donde se encuentran las fábricas. 

En Costa Rica, su desafío es captar la fuerte tradición que rodea al queso local y trasladarla hasta los gourmet. “Esta región cuenta la historia de cómo nació el queso Turrialba”, y ahora va a poder contar la de “cómo se empezaron a hacer quesos europeos con la leche de las faldas del volcán Turrialba, con la misma leche que los productores trabajaron con esmero y con mucho cuidado” durante décadas, se entusiasma la empresaria costarricense. 

La construcción de este nuevo legado, apunta Maritza, tiene la “participación de muchos actores de la localidad” y puede demostrar que es posible hacer algo más que queso Turrialba en la zona. Sin embargo, la productora remarca que esa variedad, “la que amamos todos los costarricenses, también puede ser un mejor queso Turrialba si se trabaja con técnica y con calidad”. 

La empresaria señala que en el viejo continente los quesos representan más que un subproducto de leche, son un legado y parte de la historia de la gente que forma los pueblos. 

Negocios para los más jóvenes y una tienda en París

Mirando hacia atrás, Solano repasa los duros comienzos en la finca que alguna vez fue de su padre. “Levantarme de madrugada, recoger la leche, hacer el queso”, relata, “es una vida dura, sin contar que hay un tema de machismo” en ese sector de la producción agrícola. Hubo que aprender a compartir espacio con peones y ordeñadores. “Me costó mucho ganarme su respeto y tomar las riendas no fue fácil”, reconoce. 

“Pero hoy por hoy, doy gracias por ese proceso porque me permite ahora sentarme con mis proveedores y hablar de vacas, de leche, de pasto, de proteínas o protocolos con toda autoridad”, expresó Solano.

Incluso en esta historia de logros, la emprendedora aprovecha para subrayar la existencia de fuertes desafíos para su compañía y los cerca de 500 productores lácteos de la región, comenzando por el hecho de que muchos jóvenes se alejan de esta industria y buscan su destino en las ciudades o en el exterior. 

Como “los muchachos y las muchachas no quieren continuar” con el negocio de sus familias, se necesita “devolverle al sector lácteo una nueva vitalidad para que sea negocio, que producir leche realmente genere dividendos”. Una de las claves de esa transformación, afirma Maritza, es insistir con la valoración de las materias primas y el refuerzo de la denominación de origen. 

“A través de esas iniciativas -señala-, trabajamos para devolverle a la comunidad, para que esos jóvenes hijos de los productores actuales se interesen por continuar el negocio”. Además, continúa, es importante que “el consumidor sea consciente” de que, frente a la importación, “nosotros con orgullo nacional estamos fabricando quesos con leche de pequeños productores”.  

“Es un trabajo de hormiga pero lo importante es hacerlo, trabajar con ese objetivo, hacer que el sector lácteo se pueda sostener, que sea interesante, que sea negocio, continuar con las fincas y con la producción de leche”, resume. 

A nivel personal, agrega, “hay derecho a tener miedo, hay momentos en que uno dice ‘¿en qué me metí, esto irá a funcionar?’. Yo me preguntaba con qué queso arrancar, irá a gustar, no irá a gustar” a los costarricenses. “Si puedo dar un consejo -propone Solano- es recordar que la idea de un negocio, ese sueño, empieza así, como un sueño. Y luego le vamos dando forma”. 

Cuando se le pregunta si entre sus objetivos figura la posibilidad de alguna vez exportar quesos gourmet costarricense a Suiza o a Francia, la emprendedora no lo duda: “eso sería nuestra graduación, estar en una tienda de París junto a los mejores quesos del mundo”.

Para Solano, es fundamental hacer que los jóvenes se interesen en continuar el legado de la producción y en hacer consciente al consumidor de que la fabricación de quesos se efectúa con leche de pequeños productores. 

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Más información:
Gerencia de Comunicación Institucional
comunicacion.institucional@iica.int

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