Asunción, 17 de septiembre de 2025 (IICA). Cuando esta productora rural se presenta, es como si resumiera en pocas palabras todo lo que la impulsa. «Mi nombre es Nidia González -comienza diciendo en el arranque de la entrevista-, soy de Coronel Oviedo, en el departamento de Caaguazú, soy de Paraguay, y soy presidenta de un grupo de mujeres, que ahora más bien es una asociación que incluye a los varones, con toda la familia unida».
Dirigir al grupo, que busca mejores ingresos y calidad de vida para toda la comunidad, no es una tarea sencilla: Nidia tiene que atender las labores hogareñas y de su huerta y varios días a la semana levantarse muy temprano para concurrir, junto a varias de sus vecinas, a ferias en la ciudad para vender tomates y mandioca, huevos y pollos.
Pero ningún esfuerzo le pesa, explica, porque el objetivo es claro: «salir adelante, progresar«.
Por su trabajo en favor de las comunidades de pequeños productores en Paraguay, y de las mujeres en particular, así como por mostrar el camino hacia una mejor vida posible en el campo, González es reconocida como una de las Líderes de la Ruralidad de las Américas por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA). Nidia recibirá el premio «Alma de la Ruralidad», creado por el organismo multilateral para visibilizar a aquellos que dejan su marca, a quienes hacen la diferencia en todo lo relacionado con la tierra en el continente.
González cuenta que nació en el campo, «en el interior mismo» de Paraguay, que primero vivió con sus padres y luego, cuando se casó, se mudó a una finca propia junto a su esposo, a un terreno de una hectárea donde montaron su chacra. Allí fue que comenzó a formar una familia, que ahora incluye tres hijos (Leandro, el más chico, Romina Jazmín, de 15 años, y José Camilo, que ya cumplió los 18). Su marido, Domingo, «trabaja con nosotros acá también: somos una familia muy unida», comenta orgullosa.
Los inicios económicos, sin embargo, no fueron color de rosa. «No teníamos ingresos fijos, semanales o mensuales», rememora Nidia, y el ciclo del dinero estaba subordinado a que «cada cuatro meses había cosecha». El destino le abrió una atractiva puerta cuando conoció el programa Mejoramiento de Calidad de Vida de las Mujeres Rurales del Paraguay, que se había lanzado en 2019 con el apoyo de la Universidad de Yokohama y que, para su conclusión, invitó a un grupo de participantes a visitar Japón para un viaje de capacitación de un mes.
Nidia fue una de las invitadas y, después de completar el programa en el país asiático, «vine con otra mentalidad».
«Valoré tantas cosas que vi en Japón» prosigue González, quien se mostró encantada, en especial, por el hecho de que los japoneses, que viven en un archipiélago de apenas 377.000 kilómetros cuadrados, «pueden cultivar todito en un balde, por así decirlo». Los pequeños productores que pudo conocer cultivaban «hasta mandioca». Además, «producen su verdeo y lo consumen», compartió con asombro la dirigente paraguaya.
También la sorprendió la elevada participación de las mujeres japonesas en las actividades rurales y la toma de decisiones.
«Hasta hoy no he podido aplicar el cien por ciento de lo que aprendí, pero creo que estamos logrando muchas cosas, de a poco, con el excelente grupo con el que estoy trabajando”. El grupo es el Comité de Santo Domingo, que nuclea hasta el momento a dieciséis productoras de su comunidad, y entre cuyas actividades se destaca la organización de ferias en la cercana ciudad de Coronel Oviedo, de cerca de 100.000 habitantes y a unos 35 kilómetros de su finca.
La posibilidad de «feriar», como dice Nidia, es una excelente oportunidad para que las productoras puedan generar ingresos estables. «Vimos que nuestra lechuga, nuestro verdeo, toda nuestra producción, ya alcanzaba para nuestro consumo y que sobraba algo», dice sobre los orígenes de la iniciativa. En un primer momento, el proyecto contó con el apoyo de una universidad, que les cedió lugar para montar una feria a la semana. Luego, se sumaron otros dos días y otros espacios.
Ya desde esas primeras expediciones «volvíamos con una ganancia, traíamos algo a nuestra casa, nos sentíamos muy bien, nos sentíamos muy útiles -recuerda González-. Nos decíamos que era algo que nosotras podíamos hacer, que las mujeres también podíamos aportar algo al hogar», un aporte crucial «porque a veces era muy difícil la situación económica».
Nidia y su organización apuestan a que la zona se pueda convertir en un atractivo agroturístico. Para eso ya se eligieron partes de terreno que se están limpiando y donde se plantan árboles frutales.
Todo lo que se pueda llevar desde la huerta
Para los días de feria, Nidia ya no pone el despertador a las cinco de la mañana, como ocurre en el resto de sus jornadas, sino a las dos, porque tiene que prepararse y recorrer el trayecto hasta la ciudad. En su puesto habrá acelga, perejil, carne de cerdo y de pollo, queso, huevos, «todo lo que se pueda llevar desde la finca». Sus tomates, asegura, cuentan con certificado de producción orgánica de la SENAVE, el Servicio Nacional de Calidad y Sanidad Vegetal y de Semillas de Paraguay. Para ella es una ventaja y también un motivo de satisfacción: los técnicos del organismo periódicamente recogen muestras de los frutos, los llevan a Asunción y los examinan: si hay rastros de químicos ya no habrá certificado.
En Coronel Oviedo la suelen esperar alumnos universitarios que la conocen de los tiempos de las primeras ferias y muchos otros clientes habituales. De hecho, está en comunicación con ellos y les adelanta dónde y qué tipo de productos estará vendiendo al día siguiente; también recibe pedidos. La feria, sin embargo, no es un simple circuito comercial, se trata de producir, entregar hortalizas de buena calidad y que avance el proyecto comunitario.
«Cuando voy a feriar -comparte González-, yo no llevo solamente mis productos, llevo productos de la comunidad», cultivados por gente de la zona. «A veces cuatro o cinco señoras me traen diferentes productos, ellas me dan un precio, yo se los llevo para venderlos y les traigo algo de plata».
Todas estas mujeres, remarca Nidia, tienen algo en común: «queremos salir adelante, queremos progresar por nosotras mismas, no queremos que nuestros hijos tengan que pasar necesidades». En ocasiones, «la gente me pregunta cómo es que no me canso, de dónde saco tanto optimismo -cuenta la productora paraguaya-. Pero yo creo que las mujeres, al igual que los varones, podemos. Es cuestión de ir y buscar la forma, de insistir», aunque está claro que «a veces necesitamos ayuda, porque solas no podemos».
Nidia atiende las labores hogareñas y de su huerta y varios días a la semana, junto a varias de sus vecinas, acude a ferias en la ciudad para vender tomates, mandioca, huevos y pollos.
Un sueño llamado agroturismo
Además de las ferias, Nidia y su organización apuestan a que la zona se pueda convertir en un atractivo agroturístico. Para eso ya se eligieron partes de terreno que se están limpiando y donde se plantan árboles frutales. «Hay un bosque muy lindo» para que disfruten los futuros turistas, se entusiasma. Además, «las huertas ya están, ese es nuestro trabajo de todos los días, que siempre mantenemos», y donde los visitantes podrán aprender cómo se cultivan las hortalizas y adquirir zanahorias o tomates de sabor natural.
El desarrollo del agroturismo en la zona es una de las metas clave de González (que en el pasado participó de un programa de parcelas demostrativas del IICA) y de sus vecinas. Quieren compartir con los visitantes las maravillas cotidianas de vivir en un ambiente rural, las mañanas de «levantarse con el canto de los pájaros» que se acercan atraídos por las dulces frutas de mango o mamón, los sonidos de gallos y del resto de los animales. Es, afirma Nidia, un escenario «emocionante, que te da energía, que te da motivo, que te hace decir ‘hola, acá estoy, feliz de vivir'».
También espera poder contar con una cabaña para que los visitantes se hospeden y un tatacuá, el típico horno campestre paraguayo hecho de ladrillos y barro, donde preparar para los viajeros los deliciosos platillos locales «que mi mamá y mi abuela me enseñaron» a cocinar.
«Yo sueño en grande», dice Nidia, con un tono de voz bastante tímido, que contradice un poco la medida de esos sueños. «Me gustaría que el agroturismo funcione, tener el gallinero a un lado de mi casa, un invernadero» para que las heladas no arruinen los cultivos.
«Con la escarcha -lamenta González- perdemos muchísima producción porque no tenemos infraestructura», equipos con los que le gustaría contar «porque hay que saber trabajar con la naturaleza: nadie puede decir ‘bueno, este año no va a haber heladas porque yo no quiero’, es algo que depende de la naturaleza», señala.
También hay que saber y poder afrontar los veranos con temperaturas de hasta 40 grados que se ensañan con las verduras. «Mi sueño es que, junto a todas mis compañeras con las que estoy trabajando, podamos tener las mismas posibilidades, contar con las mismas infraestructuras» que les permitan enfrentar mejor calores y heladas.
Nidia trabaja en favor de las comunidades de pequeños productores en Paraguay, y de las mujeres en particular, así como por mostrar el camino hacia una mejor vida posible en el campo.
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