Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura

Agricultura Agricultura familiar

Tatiana Vargas Navarro, productora de Costa Rica que se puso al frente del cafetal de sus padres y ahora exporta a Japón, es reconocida por el IICA como Líder de la Ruralidad de las Américas

Agricultura Agricultura familiar

Tatiana Vargas Navarro, productora de Costa Rica que se puso al frente del cafetal de sus padres y ahora exporta a Japón, es reconocida por el IICA como Líder de la Ruralidad de las Américas

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Tatiana Vargas Navarro, productora costarricense, tomó las riendas del cafetal familiar y ahora exporta su café a Japón.

San José, 3 de marzo de 2025 (IICA) – Tatiana Vargas Navarro, una productora costarricense que dejó la plantación de sus padres para estudiar Agronomía en la Universidad de Costa Rica y volvió para posicionar junto a su madre el cafetal hacia un futuro de crecimiento y exportación, fue distinguida como una de las Líderes de la Ruralidad de las Américas por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA).

Tatiana recibirá el premio Alma de la Ruralidad, que es parte de una iniciativa del organismo del Sistema Interamericano especializado en desarrollo agropecuario y rural para dar visibilidad a hombres y mujeres que dejan huella y hacen la diferencia en los campos del continente, personalidades clave para impulsar la seguridad alimentaria y nutricional y promover la conservación ambiental del planeta.

«Mi familia siempre se dedicó al cultivo del café», cuenta Tatiana, compartiendo la primera razón que la liga a su tierra de origen y al grano que da sustento a tantas familias latinoamericanas.

Hay, además, otra razón, muy singular. El padre de Tatiana empezó con su plantación «justo cuando yo nací», rememora. «Es muy significativo para mí saber que esas plantas tienen mi edad, que crecí junto a ellas». ¿Siente que son como sus hermanas? «Algo así, aunque ahora las considero más bien mis hijas».

Aunque ahora es la exitosa propietaria de Legados Café Artesanal, Tatiana confiesa que, «en realidad, mi papá quería que me dedicara a otra cosa». Como ya de niña soñaba con ser agrónoma, el paso natural fue inscribirse en la Universidad de Costa Rica. Años después se recibió y consiguió sus primeros trabajos en el sector de los cultivos ornamentales.

Pero cuando llevaba cinco años trabajando para una empresa privada su papá enfermó y en el 2016 falleció. En ese momento, reconoce, «me encontré en una encrucijada» que se resolvió cuando tomó la decisión de regresar a la finca en Cartago para «darle un giro a la plantación, construir a partir de lo que mis padres habían creado con tanto esfuerzo».

«Pero Tatiana, ¿cómo vas a renunciar?, ¿cómo vas a ir a producir café?», le preguntaron sus amigos y los compañeros de trabajo. Ya estaba decidido: «en aquel momento, para mí era más importante venir y trabajar en lo que mis padres habían construido para mí. Mi corazón estaba aquí, me llamaba».

Junto a su madre, Tatiana comenzó a trabajar muy duro: «nosotras nos encargamos de las labores en la plantación, cosechamos», señala. Y «a mi mamá la admiro muchísimo porque tiene más de 70 años y le siguen encantando las tareas del cafetal».

A pesar de los desafíos iniciales, madre e hija aumentaron la productividad de su finca y en 2018 lograron establecer su propio micro-beneficio.


Café de especialidad con manos de mujeres

Los primeros años fueron complicados, pero madre e hija lograron aumentar la productividad de la finca y en 2018 lograron hacer algo nuevo, montar su propio micro-beneficio, un lugar que Tatiana describe como «pequeñito», donde «nosotras mismas producimos nuestro propio café y lo exportamos».

Enrolada decididamente en el creciente mercado del café de especialidad, la finca exporta grano oro, que los importadores en otros países se encargan de tostar y moler, ya sea para vender con su propia marca o distribuir a cafeterías. Actualmente, el 20 por ciento de la producción de Legados se concentra en este sector, mientras que resto se comercializa de manera tradicional, entregando los granos a casas locales de acopio que luego los envían a beneficios industriales que se encargan de la exportación.

Al café, «lo secamos en un invernadero, lo secamos al sol, nosotras mismas lo hacemos, con nuestras propias manos, por eso podemos decir que es café producido por mujeres, de forma artesanal», cuenta Tatiana con orgullo, aunque esta condición «femenina» de su finca también le trae aparejados problemas relacionados con viejas costumbres que no terminan de superarse.

«Cuando una es mujer» en este negocio agrícola se «pierde credibilidad», explica la joven productora costarricense. Al momento de arrancar la renovación de la plantación, de la mano de su madre, «muchas personas decían que probablemente no íbamos a lograr nada, que por ser mujeres no sabíamos de café y que íbamos a terminar teniendo que vender la finca».

Algunas veces, «cuando llega el momento de contratar cosechadores, personas que cumplen labores en el cafetal, muchas veces me miraban y me decían ‘¿dónde está su papá o su esposo’ -confiesa-. Hay resistencia y a veces es difícil conseguir mano de obra porque hay personas que dicen que no quieren trabajar para una mujer».

Tatiana apunta que «ya se ven muchas más mujeres, por ejemplo, en el sector del control de calidad, tanto en micro beneficios como en beneficios de gran escala o en la parte de mercadeo. Pero a nivel del campo, a nivel de fincas, son pocas las mujeres» que pueden poner manos a la obra en el suelo de los campos.

En todo caso, para ella no hay vuelta atrás. «En mi comunidad, muchos estudiaron y trabajan afuera. Son hijos de productores agrícolas, de cafetaleros, pero que prefirieron emigrar. Y en cierta medida tienen razón», porque los obstáculos y los desafíos en el campo son importantes, afirma. Se necesita «un esfuerzo adicional para ser emprendedor», subraya la productora: afrontar los secretos del mercado «es complicado, es mucho más fácil tener un trabajo como asalariado, saber que vas a recibir un salario cada quincena».

Además, «nosotros dependemos del clima, algo que no podemos manejar. Podemos desarrollar una estrategia para adaptarnos a las variaciones climáticas, pero no podemos estar preparados para todo», dice Tatiana, quien -sin embargo- destaca el papel que el campo guarda para los jóvenes.

Tatiana señala que ya se ven muchas más mujeres en el sector del control de calidad, tanto en micro beneficios como en beneficios de gran escala, así como en el área de mercadeo.

«Nosotros podemos aportar mucho al proceso de innovación», continúa, señalando como ejemplos el desarrollo de otras variedades de café que son más resistentes a las enfermedades y más productivas y el énfasis en convertir la plantación en un verdadero ecosistema donde otras especies aporten lo suyo, como por ejemplo la beneficiosa sombra y nutrientes.

«Para mí, el café es magia -empieza a despedirse Tatiana-, porque me permite recordar los días felices de mi infancia, a mi papá que ya no está. Cada vez que llego a la finca siento que él me abraza con el movimiento de los árboles, siento que cuando el viento canta él está presente. Siento las hojas y a mi mamá me acompaña… es como un susurro».

Y como en esta finca no hay lugar para el egoísmo, Tatiana dice que uno de sus objetivos es «transmitirle a la gente cómo el café hace que todos esos sentimientos se despierten: para mí no es solamente café, para mí son sentimientos, son recuerdos, son valores, son enseñanzas, algo muy grande que puede ser compartido a través de una fragancia».

Más información:
Gerencia de Comunicación Institucional
comunicacion.institucional@iica.int

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