Madrid (España), junio de 2020. Probablemente nadie hubiera sido capaz de estimar hace unos meses la magnitud de la crisis en ciernes. Parecía lógico afirmar entonces que, tras un breve periodo de contracción de la actividad, pronto recuperaríamos nuestro modus vivendi. Sin embargo, ahora que sobradamente conocemos la apabullante materialidad de la amenaza ¾la propagación global de la Covid-19¾, e intuimos sus consecuencias socioeconómicas, parece claro que las viejas soluciones no sirven más para los nuevos problemas y retos.
En este tiempo hemos percibido, efectivamente, la paralización de algunas de las facetas de nuestra vida, como el consumo o la vida social. También el ámbito del trabajo se ha visto afectado. Un elevado porcentaje de la población ha perdido su empleo. Por el contrario, quienes han mantenido sus puestos de trabajo han experimentado un incremento de las cargas laborales, jornadas más largas y un aumento del trabajo doméstico, incluyendo el cuidado de los niños y niñas, ahora en casa. A todo esto, se añaden sentimientos de ansiedad, miedo e incertidumbre por el futuro.
La presente coyuntura nos obliga a innovar: hemos desarrollado nuevas herramientas y hemos adquirido nuevas competencias para afrontar una situación insólita. Las tecnologías de la información a nuestro alcance nos han permitido desarrollar nuevas técnicas de trabajo en red, simplificar procesos y alcanzar en muchos casos mayores ratios de productividad. Con algunos aspectos aún por perfeccionar, el teletrabajo está en proceso de consolidarse como una alternativa viable para muchas organizaciones.
La crisis también ha impulsado sentimientos de solidaridad, pues hemos visto reforzados aquellos vínculos comunitarios que en ocasiones parecían adormecidos. Somos más conscientes que nunca de los lazos que compartimos con cada uno de los integrantes de la sociedad. Hemos revalorizado el papel de cada uno de sus eslabones, incluyendo aquellos que se daban por sentado, especialmente los trabajadores del sector agropecuario.
El confinamiento nos ha permitido, además, comprobar algunos de los beneficios colaterales de un estilo de vida más sostenible, como la disminución de los niveles de contaminación atmosférica y el ruido en las grandes ciudades o el retorno de algunas especies de fauna a los centros urbanos. Es más, sabemos que evitar futuros brotes epidemiológicos pasa por detener la pérdida de biodiversidad de nuestros ecosistemas.
Sin duda, en este periodo transitorio se han dado algunas condiciones propicias para tomar conciencia, cambiar nuestra perspectiva y reordenar nuestras prioridades. En definitiva, reinventarnos como individuos, como organizaciones y como sociedad.
Es deseable que la recuperación económica y social en el post Covid-19 contemple estos cambios sutiles, pero de gran calado. En este nuevo paradigma, como IICA tenemos una oportunidad y una responsabilidad. Durante los últimos meses, hemos demostrado una elevada capacidad de adaptación ante situaciones adversas, o lo que es lo mismo: resiliencia. Continuar aprovechando las potencialidades derivadas de la innovación y las nuevas tecnologías es nuestra oportunidad. Mantener viva como hasta ahora la conciencia social acerca de cuestiones cruciales como el valor económico, social y cultural del trabajo agrícola, así como la gravedad de la emergencia climática, es nuestra responsabilidad.
Sólo nosotros mismos, día a día, podemos garantizar que estos cambios sean permanentes y constituirnos, así, en verdaderos agentes de las transformaciones venideras.
Irene Alonso
Técnica de Alianzas Estratégicas de la Oficina Permanente para Europa del IICA