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Mackenzie Fingerhut, un joven canadiense que cultiva granos, apuesta al futuro y cuida el medio ambiente, es reconocido por el IICA como Líder de la Ruralidad de las Américas

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Mackenzie Fingerhut, un joven canadiense que cultiva granos, apuesta al futuro y cuida el medio ambiente, es reconocido por el IICA como Líder de la Ruralidad de las Américas

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Además de la producción de granos, Mackenzie Fingerhut enfoca su trabajo en conservar y mejorar el suelo mediante rotaciones, siembra directa, insumos biológicos y análisis continuos que permiten conocer el nivel de infiltración de agua, la actividad biológica o el contenido de carbono.

Fairview, Alberta, Canadá, 28 de noviembre de 2025 (IICA). Desde su finca en Fairview, una pequeña localidad en el norte de Alberta, Canadá, Mackenzie Fingerhut no solo produce trigo, cebada, avena o lino: también cultiva ideas, transforma procesos, investiga, arriesga y construye futuro. Todo eso, antes de cumplir 25 años.

Fingerhut, un agricultor de tercera generación que cultiva junto con sus padres y hermana y que se ha inspirado en el trabajo pasado de sus abuelos y padres, combina la experiencia heredada con herramientas de última generación, un enfoque regenerativo y una obsesiva búsqueda de eficiencia que lo está convirtiendo en una figura de referencia en el agro canadiense. Su manera de entender la producción agrícola -desde el respeto por el ambiente hasta la integración vertical y la generación de valor agregado- atrajo la atención de organismos públicos, colegas, empresarios y también del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA).

Por su trabajo como productor, emprendedor e innovador comprometido con la sostenibilidad, Fingerhut fue reconocido como uno de los Líderes de la Ruralidad de las Américas por el IICA. Por eso, recibirá el «Alma de la Ruralidad«, el premio creado por el organismo internacional para dar visibilidad a quienes dejan su huella en favor de la seguridad alimentaria y nutricional y la sostenibilidad en la región y el planeta.

«Lo que queremos es producir alimentos más nutritivos, en un sistema cerrado, con el menor impacto posible y con valor agregado desde el origen», explica Fingerhut, quien lidera una operación agrícola que abarca cereales, oleaginosas y legumbres como lino, canola, arvejas y lentejas, a las que se suman cultivos en experimentación como maíz y girasol, poco comunes en esa región por razones climáticas.

Además de la actividad agrícola, la finca cuenta con una planta de procesamiento en origen para extraer aceite de lino y de canola y aprovechar subproductos como fuente de alimento animal de alta proteína, apuntando a una eficiencia del 100 por ciento e inspirándose en gran medida en una finca vecina de características únicas. Tiene también una línea de insumos regenerativos, que combina fósforo, azufre, potasio y compost para alimentar los suelos y reducir el uso de fertilizantes sintéticos. Todo con materias primas obtenidas localmente y bajo esquemas logísticos innovadores.

«El mayor desafío es logístico», reconoce Mackenzie, cuyo establecimiento se encuentra a gran distancia de los principales centros urbanos y puertos canadienses. «Por eso -añade- es clave transformar en origen y hacer más eficiente el transporte, al tiempo que controlamos los residuos y maximizamos el uso de cada subproducto».

La sustentabilidad como cultura

Para Fingerhut, el corazón de todo es el suelo. «Nuestra mayor riqueza es la materia orgánica», afirma. «Cuidar la tierra, entender cómo se comporta y cómo interactúa con el agua, los nutrientes, los microorganismos, eso es lo que define el rendimiento y la resiliencia de los sistemas».

Desde hace años su trabajo se enfoca en conservar y mejorar el suelo mediante rotaciones, siembra directa, insumos biológicos y análisis continuos que permiten conocer el nivel de infiltración de agua, la actividad biológica o el contenido de carbono. De hecho, su experiencia forma parte de un proyecto piloto de medición de carbono impulsado por Carbon Asset Solutions en conjunto con el IICA.

«Lo interesante es que no se trata solo de estimaciones, sino de datos precisos y repetidos en el tiempo, que permiten comprobar cómo cada práctica influye en la captura de carbono y la productividad de los suelos», precisa este productor de granos y semillas oleaginosas.

Este enfoque integral y sistémico se combina con la aplicación de tecnologías de última generación: sondas de humedad, escaneos de textura, plataformas de análisis en tiempo real, algoritmos de predicción y drones de alta resolución. «Usamos tanto tecnología de punta como herramientas básicas de campo. Una no reemplaza a la otra, se complementan», destaca el joven canadiense.

«Regenerativo», pero sin idealismos

Fingerhut prefiere no encasillar su modelo productivo en términos rígidos. «Para mí, regenerativo significa que el sistema esté mejor mañana que hoy, que cada acción apunte a mejorar la salud del suelo, la eficiencia y la sostenibilidad en el tiempo», define. «No se trata de aplicar una fórmula: hay cosas que funcionan y otras que no, y hay que estar dispuesto a probar, a equivocarse y a corregir».

De hecho, recuerda que algunos ensayos de cultivos mixtos o de reducción extrema de insumos no dieron los resultados esperados. “Lo importante es tener un marco técnico sólido, medir, comparar y tomar decisiones con criterio agronómico, económico y logístico», subraya. «Y ser paciente: algunos resultados se ven en una temporada, pero otros llevan cinco o seis años».

Fingerhut afirma que «Cuidar la tierra, entender cómo se comporta y cómo interactúa con el agua, los nutrientes, los microorganismos, es lo que define el rendimiento y la resiliencia de los sistemas».

Los jóvenes, la ciudad y la belleza del campo

Graduado del prestigioso Olds College of Agriculture & Technology, también en Alberta, Mackenzie considera que su generación tiene mucho para aportar, ya que «los jóvenes traemos otra mentalidad, más abierta al cambio, a las nuevas tecnologías y al trabajo colaborativo». Muchas veces, señala, «nos toca cuestionar prácticas que se hacían igual desde hace treinta años, y proponer alternativas que pueden tener un impacto enorme en el rendimiento y la sustentabilidad».

Sin embargo, admite que el acceso a la tierra, la maquinaria y los insumos es un gran obstáculo para los nuevos productores. «El costo de entrada es altísimo», lo que «obliga a ser creativos, a buscar asociaciones, nuevos modelos de negocio o escalas más pequeñas pero más intensivas».

En ese sentido, cree que hay un espacio enorme para los jóvenes urbanos. «No todo es manejar un tractor. Hay lugar para producir alimentos en ambientes controlados, para trabajar en tecnología, en logística, en comunicación. Hay que romper el estereotipo de que el agro es solo granos y vacas», describe.

Uno de los desafíos que más lo apasionan es cerrar la brecha entre el campo y la ciudad. «Hay una desconexión enorme -lamenta Fingerhut-. Mucha gente nunca vio cómo se produce un alimento y eso influye en sus decisiones como consumidores».

Por eso apuesta a la trazabilidad y la transparencia. «Hay proyectos que permiten escanear un código QR en un paquete de harina o una botella de cerveza y ver toda la historia del producto: dónde se sembraron los ingredientes, cómo se procesó, quién lo produjo». Se trata, enfatiza, de una herramienta que «genera confianza».

«Pero también requiere mantener la calidad en cada paso -advierte-. Una mala experiencia puede tirar abajo el esfuerzo de muchos».

En cuanto a la vida cotidiana en el campo, Fingerhut dice que implica «el ajetreo normal que tiene cualquier operación agrícola y es muy variable». Solo se necesita, agrega, «ser muy adaptable para poder abordar cada jornada, porque nunca se sabe realmente qué te va a deparar». Pero eso, para este joven canadiense, no es un obstáculo sino una ventaja: «es realmente una de mis partes favoritas» de la vida en el campo, «que haya un desafío cada día».

¿Suspira por algo que ofrezcan las ciudades, a cientos de kilómetros de distancia? Mackenzie reconoce que «muchas veces tienes que crear tu propia diversión», por lo que «inevitablemente todos practican muchos deportes diferentes» en la zona, ya sea hockey, voleibol, atletismo, baloncesto o bádminton. «Un montón de deportes diferentes que nos mantienen entretenidos» y, de paso, construyen sentido de comunidad.

«Nunca hay dos días iguales -profundiza-, siempre aparece un nuevo desafío. Pero también hay una enorme libertad, un sentido de comunidad y una conexión con la naturaleza que no cambio por nada».

Por cierto, para completar la experiencia, en su zona las puestas de sol de julio pueden durar hasta pasadas las 11 de la noche, cuando el trigo ya está espigado y la canola en plena floración. «No hay mejor postal que esa», afirma con una sonrisa. «Y si además sabes que estás haciendo las cosas bien, que lo que produces es mejor para el suelo, para el ambiente y para las personas, entonces (todo el esfuerzo) vale la pena».

Desde su finca en el norte de Alberta, Canadá, Mackenzie Fingerhut produce trigo, cebada, avena, lino, guisantes y lentejas.

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Más información:
Gerencia de Comunicación Institucional
comunicacion.institucional@iica.int

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