
San José, 11 de junio de 2025 (IICA) – Vinicio Ramírez nació hace 49 años en la zona de Salinas de Guaranda, en la provincia ecuatoriana de Bolívar, una región donde, a 3.500 metros de altitud, los productores agrícolas se las ingenian para sacar lo mejor de la tierra.
En algún momento quiso ser sacerdote católico, pero finalmente siguió los pasos de su padre y se dedicó a la producción quesera. También es parte del Gruppo Salinas, un conglomerado de cooperativas y fundaciones de economía social que mueve millones de dólares en operaciones comerciales en todo el país, un flujo de negocios que favorece a los pequeños productores rurales de la zona, quienes proveen sus insumos a precio justo para la fabricación desde chocolates a artículos de lana, pasando por quesos, mermeladas, cacao, hierbas aromáticas y artesanías.
Por su trabajo en favor de los pequeños productores agrícolas y ganaderos, fue reconocido como uno de los «Líderes de la Ruralidad de las Américas» por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA). Vinicio recibirá el premio «Alma de la Ruralidad», creado por el organismo americano especializado en desarrollo agrícola y rural para dar visibilidad a hombres y mujeres que dejan huella, marcando diferencias en la ruralidad del continente.
Hasta hace poco, estuvo al frente de la Fundación de Organizaciones Campesinas de Salinas (Funorsal), uno de los grupos de economía social que forman parte del Gruppo Salinas. «Ahora volví a la parte técnica» para el desarrollo de quesos, porque los puestos directivos «van rotando» entre los miembros de la organización, explica.
La Corporación Gruppo Salinas tiene una historia mítica en la zona. Todo comenzó en los años 70 del siglo pasado, cuando desde Roma llegó a Salinas de Guaranda un grupo de voluntarios de la organización Mato Grosso y la Misión Salesiana para crear una casa comunal para los campesinos, que terminó sirviendo para dar vuelta a una larga historia y dar acceso a la tierra -a través de un programa de ahorro y crédito- a los campesinos que durante décadas habían dependido de una gran hacienda local dedicada a la explotación de las salinas.
Junto con los misioneros, arribaron también expertos en mercadeo y un especialista suizo en el desarrollo de quesos, que enseñó a los productores locales a fabricar variedades más duraderas y capaces de ser trasladadas a los centros urbanos sin miedo a que se echaran a perder.
El proceso se fue acelerando y con el paso del tiempo a los quesos se agregaron otros productos y se creó una marca para todos ellos, El Salinerito, que ya desde hace tiempo se puede ver en tiendas del grupo en todo el país y en las góndolas de los principales supermercados ecuatorianos.
La clave del crecimiento está explicada en el sitio web del conglomerado: se trata de «pequeñas empresas comunitarias que cruzan serenas el mar de la globalización» y de «comunidades campesinas que siguen organizadas desafiando los vientos del individualismo».
En un reciente reportaje, la edición ecuatoriana de la revista Forbes describió al grupo surgido hace cincuenta años como «una mina de emprendedores» que, de la mano de El Salinerito, facturó en 2023 unos 13 millones de dólares.
En Salinas, aporta Vinicio, «hablamos de pensar primero en el ser humano más que en lo económico, pero sin olvidar que también debemos hacer bien las cosas». Además de los conceptos de comunidad y economía social, añadió, se trabaja mucho sobre «la capacitación, la formación en todos los ámbitos», como la administración, la contabilidad, la certificación de empresas. Al fin y al cabo, señala con orgullo, se trata de un conglomerado que comercializa cerca de 250 productos y exporta a países como Italia, Estados Unidos, Japón y Gran Bretaña.

En Salinas, el trabajo colectivo en el campo es el motor de una economía solidaria que transforma vidas a 3.500 metros de altitud.
A 3.500 metros de altitud, a la sombra del volcán
En las faldas del Chimborazo, estas empresas crecen impulsadas por una particular combinación de marketing e intuición. Por ejemplo, en la zona de Salinas no se cultiva cacao, pero los chocolates figuran entre los principales productos de El Salinerito. La fábrica, recuerda Vinicio, nació de manera casual, «en una cocina, cuando alguien nos regaló unas cuantas pepas de cacao» que «nos hizo entrar a la aventura del chocolate».
Historias parecidas se encuentran detrás de muchos de los productos, aunque no de los quesos, que se fabrican en la zona desde los tiempos de la hacienda que manejaba la economía de Salinas. Ramírez precisa que ahora solamente una de las plantas queseras se encuentra en la zona, mientras que las otras cuarenta, también de carácter comunitario, se esparcen por el territorio provincial y nacional.
Otro elemento importante de la expansión de la marca, sigue el quesero de Salinas, es la apertura de tiendas propias en grandes ciudades, «para estar más cerca de nuestros clientes». Si en Salinas se desarrolla algún producto nuevo, rápidamente llega a los estantes de los negocios de la marca. «Si estamos haciendo fideos, vendemos fideos, y si estamos empezando a hacer mermelada de jícama, entonces venderemos mermelada de jícama».
En el terreno de los quesos, asegura Vinicio, «estamos compitiendo con las grandes empresas del país». Y lo mejor de todo, enfatiza, «es que no nos compran por ser los ‘pobrecitos’ de la economía solidaria, sino que nos compran por la calidad de nuestros productos». De hecho, remarca, ese concepto se convirtió en una especie de lema: «no vender caridad sino calidad».
Más allá de los salarios que se pagan a los empleados de cada fábrica o tienda, las utilidades generadas por las empresas cooperativas o las fundaciones no se reparten entre socios, sino que se reinvierten, cuenta Ramírez: un cincuenta por ciento para recapitalización, un veinticinco para desarrollo social y el veinticinco por ciento restante, para mejoras de infraestructura y tecnologías.
«Teniendo nuestras propias empresas», sigue el productor y dirigente ecuatoriano, los socios de cada empresa, es decir, los pequeños productores que aportan los insumos, «no tienen que salir a buscar a dónde vender sus materias primas, o esperar a que se las compren a cualquier precio».
Para Salinas, resume, «el cooperativismo es el motor que empuja, que da vida».
El crecimiento de este modelo de negocios tiene también obstáculos que superar y dilemas que resolver. «Una de las cuestiones más importantes que tenemos que afrontar -reconoce Ramírez- es la del mercado: debemos pensar ya no solamente en el nacional, sino también buscar mercados externos, en especial para algunos de nuestros productos» que puedan ser más aceptados fuera del país.
Aunque la fundación en la que trabaja y otras organizaciones del grupo adquieren maquinaria para desarrollar infraestructura, incluyendo el trazado de caminos, comprar por ejemplo «una quesera automática puede resultar también en sacar a diez familias de la fábrica y dejarlas sin trabajo». Por eso, muchas de las plantas de producción de El Salinerito siguen trabajando de manera casi cien por ciento artesanal.
«El desafío -señala Vinicio- es no perder la esencia, mantenerla, pero también seguirle el ritmo al mercado».

Vinicio Ramírez, maestro quesero y referente del cooperativismo, confía en sus sentidos para garantizar la calidad de cada producto artesanal.
Turismo vivencial
La fama que se creó alrededor del proyecto de economía social de Salinas funciona también como un imán para los curiosos que quieren conocer de cerca cómo funciona este modelo. «El cooperativismo, la cuestión comunitaria hicieron que seamos atractivos y nos visiten universidades, colegios y viajeros», cuenta Vinicio.
A esto ayuda que las fábricas del lugar fueron levantadas con grandes vidrios que permiten observar cómo se trabaja en su interior. Al principio, dice Ramírez, este tipo de construcciones abiertas «nos salieron un poco caras, pero con el tiempo dieron réditos».
Ahora, a Salinas se puede llegar con paquetes de «turismo vivencial», que incluyen recorridos por las empresas, ver cómo se está cuajando la leche o produciendo chocolates, y la posibilidad de participar en tareas agrícolas, incluyendo madrugar para asistir al ordeñe. «Todo eso atrae -asegura Vinicio-, y no creo que muchas empresas tengan este estilo, donde la gente puede entrar y ver cómo se hacen las cosas».
También se realiza periódicamente un festival que combina el interés por el queso y la cultura local y hasta una divertida carrera de llamas. Todas estas actividades, informa el quesero, resulta en unos 50.000 turistas al año, un flujo tan importante que tuvieron que montar una oficina especializada en la recepción de estos visitantes.
Y, además del «turismo vivencial», en Salinas reciben una continua corriente de pasantes, jóvenes profesionales recién recibidos que vienen a trabajar a las empresas del grupo.
Ramírez dice que toda esta constelación de actividades comerciales y sociales a veces sirve para enfrentar la tendencia de muchos jóvenes de la zona a emigrar. Algunos de ellos se van, en especial a Estados Unidos, pero otros se quedan y hasta arman sus propios emprendimientos rurales o agroindustriales.
El propio Vinicio marchó a los 11 años a la ciudad de Ambato para estudiar, pero luego regresó a Salinas para especializarse en la producción de quesos, un oficio que lo llevó a entrenarse en escuelas de lechería en Italia y Uruguay.
Se trata, dice, de «rescatar el trabajo de nuestros padres, que es duro, pero que al final trae sus recompensas, empezando por la posibilidad de vivir sanos», en un ambiente natural. «Hay un montón de ventajas de vivir en el campo, de vivir de la tierra -prosigue-. En la ciudad puede haber buenas oportunidades, pero aquí la vida es más saludable, más tranquila». Y se puede «pensar en el bienestar de uno mismo antes que pensar solamente en el bienestar económico».
En el campo, asegura, se respira el aire de la solidaridad. «Si alguien está pasando por una dificultad, todos se unen para apoyarlo», sin contar con que, a las cinco de la tarde, cuando termina el horario de trabajo, «nos vemos todos en la plaza» del pueblo de apenas mil habitantes.
«¿Hay que esforzarse para llevar adelante esta vida?», se pregunta Vinicio. «Sí -se responde. Hay muchas cosas que hacer, a veces hay que correr, pero no tanto. Al menos no tenemos que sufrir el estrés de tener que correr porque perdemos el autobús».
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